Abandonado en lo profundo del bosque, un perro enfermo yacía acurrucado con una cuerda aún tensa alrededor de su cuello. Sus ojos apagados reflejaban el dolor de días sin alimento, y cada débil respiración parecía un grito desesperado de ayuda.
El silencio del bosque era su única compañía, roto apenas por el crujir de las hojas bajo el viento. Nadie lo escuchaba, nadie lo buscaba… hasta que, un día, una persona que pasaba por aquel sendero escuchó un sonido débil, casi imperceptible.
Era un gemido, suave pero desgarrador. Al acercarse, descubrió aquella frágil figura que temblaba entre la suciedad y la enfermedad. El perro levantó la mirada con la última chispa de esperanza en sus ojos, como si supiera que, por fin, alguien había llegado para salvarlo.
Ese día marcó el comienzo de un nuevo viaje: del abandono hacia el amor, del dolor hacia la sanación. Porque incluso en los lugares más oscuros, la esperanza puede aparecer en forma de una mano tendida y un corazón compasivo.