En una calle atestada, en medio del bullicio del tráfico, un perrito yacía acurrucado en la fría acera. Su cuerpo era solo piel y huesos, con mechones de pelo que se desprendían, dejando al descubierto heridas irregulares y piel seca y agrietada que sangraba. Parecía que cada respiración era una lucha. Sin embargo, entre el dolor y el agotamiento, esos ojos —nublados, débiles— aún intentaban seguir a cada transeúnte, con la esperanza de que alguien se detuviera, aunque fuera una sola vez, a verlo.
Nadie sabía de dónde venía el perro. Algunos decían que lo habían criado y abandonado cuando estaba enfermo; otros decían haberlo visto vagando por esa esquina durante muchos días, sin comer ni beber, simplemente allí tumbado, sufriendo. Bajo la lluvia fría, temblaba, intentando acurrucarse para conservar su último resquicio de calor.
Entonces ocurrió un milagro. Una joven que trabajaba en un grupo de rescate de animales pasaba por allí, se detuvo y lo recogió. «Vamos, cariño, no te rindas», le susurró. Desde ese momento, la vida del perrito dio un giro inesperado.
Tras muchos días de cuidados, baños, medicamentos y una buena alimentación, se recuperó poco a poco. Sus ojos, antes nublados, ahora brillaban con un destello de esperanza. La fotografía que captura el momento en que se acurrucó en los brazos de su rescatador, con su mirada serena que conmueve a millones de personas, está emocionando a millones.
Una pequeña criatura que una vez fue olvidada… ahora le enseña al mundo una gran lección de amor.