En medio de la ruidosa calle llena de gente, nadie prestó atención a la pequeña figura que temblaba junto al viejo cubo de basura: un perro flaco, con el pelaje moteado, acurrucado en medio de un montón de basura húmeda. Sus débiles gemidos se perdían entre el ruido de los vehículos, como un pequeño grito de auxilio en una vida despiadado.
Decían que una vez tuvo dueño, un techo. Pero cuando la enfermedad lo atacó, cuando su cuerpo se debilitó, fue desechado, como un objeto roto sin valor. Desde entonces, vivió una vida miserable a base de sobras, de su frágil instinto de supervivencia en la fría ciudad.

Sus ojos, nublados por el hambre y la sed, aún intentaban mirar hacia los pies que pasaban, esperando que alguien se detuviera, aunque fuera una vez, a darle un poco de cariño. Pero la mayor parte del tiempo era solo una mirada indiferente, pasando de largo como si no viera.
Hasta que una tarde, una joven que trabajaba en el centro de rescate pasó por allí. Se agachó, lo levantó con cuidado y limpió la suciedad de su cuerpo débil. “Sigues vivo, aún quieres ser amado, ¿verdad?”, susurró, mientras las lágrimas caían y se mezclaban con el polvo del camino.
Ahora, lo han salvado, lo han tratado y tiene un nuevo hogar. Del miedo en sus ojos, ahora hay fe y paz. Esa imagen se difundió en internet, haciendo llorar a miles de personas, porque en un mundo lleno de indiferencia, todavía hay corazones que saben detenerse y amar a una pequeña criatura.