En una habitación oscura y húmeda, la gente se sorprendió al descubrir un perro flaco, con el cuerpo cubierto de llagas y heridas, y el pelaje deshilachado. Estaba ciego de un ojo, le temblaban las patas de dolor, las cadenas le apretaban el cuello, haciendo que cada respiración fuera pesada. Solo podía gemir débilmente en la oscuridad, como un grito desesperado de ayuda que nadie podía oír.
Día tras día, vivía en soledad, sin luz, sin amor, sin siquiera un tazón lleno de arroz. ¡Pero ocurrió un milagro! Un grupo de voluntarios de rescate de animales lo descubrió y lo liberó rápidamente. En cuanto le quitaron las frías cadenas, sus ojos restantes se llenaron de lágrimas, brillando de fe: fe en que la vida aún lo esperaba.
Lo llevaron al centro de rescate, le vendaron las heridas y lo alimentaron después de muchos días de hambre y sed. Parecía que no le quedaban fuerzas para ponerse de pie, pero milagrosamente, aún intentaba mover la cola, como un agradecimiento ahogado.
Desde la oscuridad de la desesperación, ese perro ha encontrado la luz de la vida. Es una prueba de que con un poco de amor, las pequeñas criaturas también pueden revivir de las profundidades del dolor.