Inmovilizado contra el suelo frío, el perro temblaba de desesperación; sus ojos nublados aún suplicaban una última muestra de piedad… ynl

by

in

En medio del camino polvoriento y el murmullo de la gente que pasaba, un perrito yacía inmovilizado en el suelo frío. Su cuerpo era delgado, su pelaje ralo, sus ojos nublados como si se hubiera acostumbrado al miedo. No lloraba, solo temblaba de vez en cuando, jadeando como si temiera que el menor ruido enfureciera aún más a la gente.

La mano áspera del desconocido le sujetaba la cabeza. El alambre de hierro se apretaba alrededor de su cuello, rozando su piel y dejando arañazos sangrientos. La pálida luz del sol iluminaba el rostro del perro, cuyos ojos permanecían abiertos de par en par, no por resistencia, sino por desesperación. Aquella mirada parecía preguntar: “¿Por qué me hiciste esto? ¿Qué hice mal?”.

Nadie se detuvo. Nadie se inclinó. Entre la multitud, solo había una pequeña criatura que se desvanecía lentamente en silencio. Quizás alguna vez tuvo un dueño, alguna vez tuvo un nombre. Ahora, solo se oía el sonido del viento soplando, trayendo consigo el frío y el dolor inefable.

La historia rompió miles de corazones, porque a veces, lo que más necesita una criatura no es comida, sino un poco de compasión… solo un poco.