Ella no tiene pelaje brillante. No mueve la cola con fuerza. No salta cuando alguien se acerca. Pero está viva. Y eso, en su caso, es un acto de fe.
Fue encontrada al costado de una carretera, cubierta de cicatrices viejas y recientes. Nadie sabe exactamente cuánto tiempo estuvo sola. Lo que sí saben es que cuando la vieron por primera vez, no levantó la cabeza. Solo miró con esos ojos rotos… esperando que no la golpearan de nuevo.
No ladra. No huye. Solo se queda quieta, como si pedir cariño fuera demasiado.
Muchos voluntarios pasaron junto a ella y se conmovieron. Algunos ofrecieron agua, otros una caricia leve. Pero todos, de alguna manera, se sintieron incómodos ante su dolor tan visible.
Y es que hay heridas que no sangran, pero que gritan.
“No estoy viva por ser fuerte. Estoy viva porque sigo esperando que alguien me ame otra vez,” pareció decir con la mirada, la primera vez que alguien se detuvo de verdad.
Ella no busca lástima. Solo quiere pertenecer.
Ser la que espera junto a la puerta.
La que duerme sin miedo.
La que escucha su nombre y corre feliz.
La que no sea olvidada, otra vez.
Por eso, aunque tiemble de frío o miedo…
aunque sus cicatrices espanten a muchos…
ella solo necesita una mirada que no se dé la vuelta. Una oportunidad de ser, otra vez, alguien de alguien.