Abandonado en silencio y olvidado por quienes no pudieron ver más allá de su apariencia, este perro ha aprendido a caminar con el alma cuando su cuerpo ya no puede hacerlo. Cada mirada que recibe suele estar llena de lástima o rechazo, pero en el fondo de sus ojos solo hay ternura, esperanza y un deseo simple: sentir que aún pertenece a este mundo.

Durante mucho tiempo, vagó buscando un lugar donde no lo señalaran, donde no lo miraran como un error, sino como una vida que merece amor. A pesar de haber perdido sus patas, nunca perdió su espíritu. Cada día, lucha por levantarse, por mover su cuerpo herido, por demostrar que la verdadera fuerza no está en las piernas… sino en el corazón.

Hay quienes lo evitan, creyendo que su diferencia lo hace menos. Pero quienes se han detenido a acariciarlo han descubierto algo que muchos humanos olvidan: la pureza del amor incondicional. Él no pide compasión, solo comprensión. No pide lástima, solo una mano que lo toque con ternura.

Porque aunque le falten patas, le sobra amor. Su corazón late con más fuerza que nunca, esperando que alguien lo vea no como un perro roto… sino como un alma hermosa que aún cree en la bondad.