En el silencio del cementerio, donde solo el viento silba entre las frías hileras de tumbas, un perro flaco permanece allí, inmóvil, silencioso y dolorido. “Sigue esperando… aunque el mundo no tenga a nadie que regrese” —la historia detrás de esa imagen hace llorar a millones de personas.
Se dice que este perro tuvo un antiguo dueño; ambos vivieron juntos durante muchos años en una pequeña casa en las afueras. Cuando el dueño falleció, nadie esperaba que el fiel animal encontrara el camino al cementerio y se quedara allí… negándose para siempre a irse. Día tras día, su cuerpo se desgastaba, solo quedaban piel y huesos, pero su mirada seguía fija en la pequeña ventana donde había flores y un retrato del difunto.

Quienes visitaron la tumba dijeron haber visto al perro temblando bajo la lluvia, intentando levantarse y mirar a través del cristal, como si temiera perderse un milagro: que su dueño abriera la puerta, saliera, le acariciara la cabeza y lo llamara por su nombre una vez más.
Ahora, aunque su cuerpo está débil, aún protege ese lugar, como testimonio de su amor y lealtad inquebrantables. Quizás, para ese perrito, el mundo solo se acaba de verdad… cuando el corazón deja de esperar.