En una esquina olvidada de la ciudad, bajo el sol abrasador y rodeada de indiferencia, una perrita madre yacía en silencio. Su cuerpo exhausto, su respiración entrecortada, y su pecho hinchado de leche eran la única prueba de que, no hace mucho, alimentaba a una camada de cachorros. Cachorros que ahora ya no estaban.
Nadie sabe qué les pasó. Algunos dicen que fueron arrebatados por desconocidos, otros que simplemente desaparecieron, víctimas del abandono y la calle. Pero lo único cierto es que ella, la madre, no se ha movido desde entonces.
Su pecho, lleno de leche, le duele.
Su alma, aún más.
La perrita no puede caminar. Su cuerpo debilitado por la tristeza y el dolor físico apenas le permite levantar la cabeza. Sin embargo, sus ojos siguen brillando con una tenue chispa de esperanza. Como si, en el fondo, aún esperara ver aparecer a sus pequeños, corriendo hacia ella entre ladridos alegres.
Vecinos del lugar han intentado ayudarla. Le han dejado agua, algo de comida, y han llamado a rescatistas. Un grupo de voluntarios finalmente llegó y, con mucho cuidado, la envolvieron en una manta suave. Lloró. No de miedo, sino quizás de alivio.
Ahora se encuentra en recuperación, bajo atención veterinaria. Su cuerpo empieza a sanar, pero su corazón necesitará más tiempo.
Lo que ella no sabe es que, tal vez, el milagro que tanto esperaba… ya comenzó.