Victoria había sido el orgullo de alguien alguna vez, pero esa vida quedó atrás cuando sus dueños, huyendo para evitar pagar la cuenta del hotel, la dejaron tirada como si no valiera nada.
Afuera, bajo el sol abrasador del mediodía, su cuerpo era apenas piel y huesos. La suciedad cubría sus manchas negras y blancas, y cada respiración era un esfuerzo doloroso. Demasiado débil para levantarse, permanecía inmóvil, como si esperar la muerte fuera su único destino. Su mirada, apagada por el miedo y la tristeza, aún conservaba un destello: el anhelo de ser amada.
Fue entonces cuando una mujer que pasaba notó la silueta inmóvil junto a la puerta. Se acercó, y en ese instante, Victoria, con lo poco de fuerza que le quedaba, levantó la cabeza y movió la cola apenas unos centímetros, como una súplica silenciosa.
Sin dudarlo, la mujer la tomó en sus brazos. La llevó al veterinario, donde comenzó un lento proceso de recuperación. Día tras día, la alimentó, la bañó y le habló con dulzura, como si cada palabra fuera un hilo cosiendo el corazón roto de Victoria.
Con el tiempo, su pelaje volvió a brillar y sus ojos, antes apagados, comenzaron a reflejar confianza y alegría. Lo que parecía ser el final se transformó en un nuevo comienzo.
Victoria había encontrado lo que siempre buscó: un hogar, y sobre todo, un amor que jamás la abandonaría.