Bajo el abrasador sol del mediodía, en una carretera desierta cerca de un polígono industrial, encontraron a un perro inmóvil, cubierto por una gruesa capa de alquitrán. Su pequeño cuerpo estaba casi pegado al asfalto; solo sus ojos, entreabiertos, reflejaban una profunda desesperación. Los jadeos, mezclados con suaves gemidos, conmovían a cualquiera que lo viera.

Los presentes comentaron que quizás el perro se había extraviado en una zona donde se estaba reparando el asfalto y, sin querer, había pisado un charco de alquitrán fundido. Cuanto más luchaba, más se le pegaba el alquitrán negro, dejándolo exhausto. Cuando lo encontraron, tenía el cuerpo rígido, el pelaje chamuscado y las patas y el vientre cubiertos de una gruesa capa de alquitrán.

Por suerte, un grupo de voluntarios de rescate animal llegó a tiempo. Les llevó casi cuatro horas, utilizando aceite vegetal, toallas calientes y movimientos suaves, retirar el alquitrán tóxico. Cada vez que lo tocaban, el perro temblaba levemente y sus ojos parecían iluminarse un poco, con una mirada de esperanza.
Tras muchas horas de perseverancia, el perro finalmente fue rescatado sano y salvo. Al limpiarlo, tímidamente metió la cola entre las patas y lamió suavemente la mano de su rescatador, un momento que conmovió a todos hasta las lágrimas.

El perro ya se encuentra en el centro de acogida de animales, donde su salud se estabiliza gradualmente. La historia del “perro en alquitrán” se ha viralizado en las redes sociales, recordándonos que con un poco de bondad podemos salvar una vida en este mundo cruel.