La tarde caía gris y pesada, y la lluvia golpeaba con fuerza las calles vacías. Entre charcos y corrientes de agua sucia, una pequeña figura se acurrucaba contra la pared de un edificio. Era un cachorro, empapado de pies a cabeza, temblando sin control.
Sus costillas se marcaban bajo el pelaje mojado, y sus ojos, grandes y oscuros, parecían pedir ayuda a cualquiera que pasara. Pero la calle estaba casi desierta, y los pocos transeúntes apuraban el paso, ignorando aquella mirada que rogaba por una oportunidad de vivir.
Vecinos de la zona comentan que el cachorro apareció la noche anterior, probablemente abandonado. Desde entonces, ha soportado frío, hambre y soledad, sin moverse mucho del mismo lugar, como si esperara que alguien regresara por él.
Una organización de rescate animal local ha sido notificada y está en camino para socorrerlo. Sin embargo, el caso de este pequeño no es único: cada día, cientos de animales son abandonados a su suerte bajo condiciones climáticas extremas.
La historia de este cachorro es un recordatorio urgente de que la indiferencia puede ser tan mortal como el hambre o el frío, y que una sola acción compasiva puede cambiar un destino.